Las historias budistas son sencillas, pero muy ilustrativas. El protagonista refleja en ellas una forma de actuar, pensar e interactuar con otros que constituyen invitaciones veladas a la reflexión personal de lo que somos y a lo que aspiramos.
Los cuentos budistas, en su gran mayoría, son historias sencillas, pero llenas de contenido. Son una especie de parábolas que dejan una moraleja y que cumplen con el papel de enseñar la forma como se aplican los principios del zen en situaciones cotidianas.
En el día de hoy vamos a hablar acerca de tres cuentos budistas. El primero nos habla de la mejor forma de reaccionar ante las ofensas. El segundo trata acerca de la esencia del perdón y el último nos habla sobre los laberintos de la soberbia. Sin más, vamos a ello.
“Aquellos que están libres del resentimiento encontrarán la paz, seguro”.
-Buda-
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El primero de los cuentos budistas
El primero de los cuentos budistas se conoce como “el regalo” y narra un episodio en el que Buda le pidió a sus discípulos acompañarlo a dar un paseo por el bosque. Después de un buen rato de camino, encontraron un riachuelo y todos se detuvieron para tomar un buen trago de agua fresca.
En esas estaban cuando llegaron unos hombres en actitud hostil. Comenzaron a insultarles a todos, y ante la impasibilidad de Buda se ensañaron con él. Le gritaron toda suerte de ofensas y quisieron desafiarlo a pelear, pero él cerró los ojos y se mantuvo tranquilo. No dijo ni una sola palabra.
Los hombres se fueron, pero los discípulos quedaron contrariados. ¿Cómo era posible que Buda se hubiese dejado insultar de esa manera? ¿Por qué no se había defendido? Al increparlo, él contestó: “si yo te regalo un caballo, pero no lo aceptas, ¿de quién es el caballo?”. Los discípulos pensaron y llegaron a la conclusión de que no le pertenecía a nadie. Entonces dijo el sabio: “es correcto. Lo mismo ocurre con los insultos. Si no los recibes, nunca te pertenecerán”.
El perdón y la roca
El segundo de los cuentos budistas sobre la destructividad nos habla sobre la importancia del perdón. Dice esta historia que un día estaba Buda contemplando el atardecer y meditando en una ladera de la montaña. Un poco más arriba estaba uno de sus parientes, que le envidiaba.
Al verlo tan sumergido en su meditación, el primo tomó una gran roca y se la lanzó. Su objetivo fue el de matarlo, pero realizó la acción de una forma tan torpe que la roca impactó muy lejos de su objetivo. Buda había giró su cabeza y le miró. El hombre se sintió avergonzando y salió huyendo.
Días más tarde, y por casualidad, Buda se encontró con su primo en un camino. Este último bajó la cabeza, pero Buda lo saludó con gran cordialidad. Al ver este gesto, su primo le preguntó si no estaba molesto por lo ocurrido. Buda sonrió y respondió que no.
“¿Cómo es posible? ¡Intenté matarte!”, dijo el primo. Buda volvió a sonreír y contestó: “ni tú eres el mismo que arrojó la roca, ni yo soy el mismo que estaba allí sentado”. Este es uno de los cuentos budistas que muestra cómo todo es transitorio y la mejor manera de superarlo es dejándolo ir.
El cuento sobre la soberbia
La soberbia es una de las fuerzas más destructivas y autodestructivas del ser humano. El último de los cuentos budistas tiene que ver con ella. Comienza con un orangután al que llamaban “el rey de los monos” por ser el más rápido y ágil de todos. Todos le reconocían esta posición, lo que hizo que su ego se disparara.
Un día escuchó como varias personas hablaban con admiración de Buda y sintió curiosidad. “¿Quién era ese Buda? Tendré que ir a conocerlo”, se dijo. Así que fue a buscarlo, y cuando llegó a su templo se irguió y entró caminando con desdén.
“¡Aquí está el rey de los monos!”, gritó, anunciándose a sí mismo. Buda lo saludó con afecto. Después de algunas palabras, el rey de los monos le habló sobre sus grandes habilidades. Después, para despertar la admiración de Buda, dijo que sería capaz de dar la vuelta al mundo más rápido que cualquiera. Buda permaneció en silencio.
Sin esperar respuesta, el orangután partió raudo y cruzó colinas y valles. Después de mucho avanzar, llegó a una especie de columnas y pensó que ese era el fin del mundo. Así que regresó y cuando estuvo exhausto, de nuevo frente a Buda, presumió de su hazaña. Buda le pidió que mirara a su alrededor. Fue entonces cuando el rey de los monos se dio cuenta de que no había hecho más que caminar por la mano de Buda y que las columnas eran los dedos del sabio.